viernes, 11 de octubre de 2013

por male saito

A mis años la miopía ya no pesa. A mis años prefiero no ver y que alguna vieja cuentera me diga que es lo que hay allá afuera, donde existe la luz y las cosas se suceden unas tras las otras. Pero, cuando no encuentro a quien quiera relatarme la puesta del sol, la venta del diario, la caminata de los niños hacia la escuela o la aparición de las primeras flores. Me refugio en mi adentro, en mi oscuridad, donde el espacio y el tiempo detenidos contemplan a los minutos bailandose un tango, a los recuerdos que giraaaan sobre la calesita de mi ayer. de vez en cuando alguno de ellos ansioso, decide bajarse y me susurra al oido: ALUMBRAME. y yo entonces lo desempolvo y lo coloco con mucha paciencia en el proyector. el público se sienta y yo lo ilumino y recito con mi boca las palabras que alguna vez fueron dichas, las palabras que son acaso el libreto de mi vida.
y cuando la proyección se acaba y el recuerdo con orgullo se acerca al público para recibir los aplausos. entonces,reciénn entonces ese pequeño que rogo por ser luz, arde en llamas. se incendia, se quema, dejando tras de si la nada misma, el vacio. 
Y es ahí, es recién ahí cuando nosotros aplaudimos hasta que nos duelen las manos y notamos que el corazón está cada vez más parecido a un colador

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