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Cada madrugada voy a acercarme a esa hoja que te envuelve y con la punta de mi nariz voy a nadarte en mi río, sincronizando tu respiración chiquita con la mía, no más cansada, no más.
La corriente del movimiento de mi agua va a silbar alivio embotellado directo al mar y olvidando, a propósito, su tapa.
Cuando las gotitas se transpiren por la cascada de las mejillas antiguas, voy a susurrarte las campanitas de la canción que me arrancaste cuando querías venir, pero no,
tenías que venir, pero no... campanita.
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