viernes, 11 de octubre de 2013

por ale zarate

Permiso... Perdón. Por favor... Gracias!

Todavía.
"No hay una mesa servida, pero los cubiertos hacen ruido contra la porcelana azul.
Podría ser una reunión de amigos o bien el recuerdo insistente del plato contra el metal, del metal contra el plato, del plato contra el metal...
"Debo olvidar la idea de que ya nadie baila en los recitales", pienso, mientras mastico la comida imaginaria.
Debo dejar de pensar.
Está bien, me digo, y entonces trago.
Hago de cuenta que como una comida imaginaria y que el ruido viene de mi plato y que interactúo con otras personas también imaginarias, sentadas a la mesa.
Las personas sentadas a la mesa no son como las de un poema de Casas, aunque hay una embarazada y, afuera, la ropa en la soga aplaude, para un gato que mira sin ningún tipo de pasión, y que tampoco existe.
Mastico. Como. Trago. Interactúo.
Trato de escuchar algo que no sean los cubiertos.
Una onda satelital emitida por un astronauta...
Una conversación popular en la que ninguna de sus personas diga la palabra "yo"....
"¿Por qué las ollas al final de los arco iris están todas vacías?", dice, de pronto, la hija que nunca tuve.
Ella me tironea la ropa.
Busca respuestas que no puedo darle.
Después se aburre, sale al patio, le tira cosas a un perro que no las quiere buscar.
¿Cómo le digo a esa hija que escribir sobre arco-iris en medio de un poema es un acto, por definición, suicida?
La hija que nunca tuve habla con las personas imaginarias de la mesa y cuando presiente que ha perdido mi atención se pone a cantarme... hermosa.
"Ya nadie baila en los recitales", pienso, mientras la escucho cantar aquella canción del Mundial 90´, en perfecto italiano.
Cuando termina se pone a llorar.
No es consuelo lo que recibe.
Son aplausos.
Las camisas colgadas en el patio imaginario acompañan los festejos gracias al viento.
"Sería bueno que el viento traiga algo de lluvia", digo en voz alta, pero algún alboroto en silencio siempre tapa mis palabras.
La hija que nunca tuve se queda dormida sobre dos sillas que ella misma juntó para hacerse una camita...
Genes.
Sólo cuando ella se duerme, las personas sentadas a la mesa callan.
Yo sigo escuchando freneticamente el ruido de los cubiertos, como si fuera un tren que no hace escalas y pienso: en los arco-iris, y en el sueño de la hija que nunca tuve (las dos sillas haciendo camita) y en los planetas y en las personas que no bailan en los recitales y en una canción que hable de todo eso.
Debo dejar de imaginar cosas.
Tengo que conseguirme un arco-iris para cuando termine de escribir.
Voy a suicidarme escribiéndole a uno de ellos."

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