domingo, 20 de octubre de 2013

El vigía sueñero por Ale



En la copa del árbol de los sueños mas alto que se conoce, de la especie de los Bao (como el del Principito), sereno y expectante, medita el vigía. Tan alto es aquel árbol que desde allí puede observar nuestro mundo. 
Ve las guerras y ve los sueños. Ve a los dueños de la verdad cobrar por ella y a los poetas ocultarla entre metáforas y licencias mal pagas, que solo alcanzan para alimentar la panza de sus críos con grandes banquetes de dulces palabras.
Ve al sol y a la luna histeriquearse eternamente sobre el horizonte, que cambia su eje cuando él retoza y aún sigue observando, y con su cabeza de costado lo transforma en "verticalonte". Ve el amor por odio, ve al llanto fundirse en risa, ve cielos distintos por cada humano, ve cementos y desiertos, ve selvas de concreto con animales racionales, ve a estos animales saltar deportivamente por sobre los muros que ellos mismos se construyeron.
A través del mar, al sueñero le llega a la antena de su radio, la mejor música; hubo una vez que llegó a su alma una canción reveladora, de un tal Carlos Alberto García Moreno, que rezaba "Yo puedo compaginar la inocencia con la piel, yo puedo compaginar. Yo nací para mirar lo que pocos quieren ver, yo nací para mirar".
Fue entonces cuando algo captó la atención del sueñero en profundidad. Este vigilante de corazón noble, miró un cosmos de color violeta, flotando en el cielo central argentino, cual nube de ilusión alimentándose.
Hacia allí enfocó su catalejo, hasta adentrarse en la ciudad y encontrarse a un grupete de incandescentes llamas, brillantes, cada día mas. Devoradores de palabras y bebedores del mar de uva tinta. Entre ellos pudo encontrar Moros en la costa preparándose para saltar a leer a las profundidades de un mar de azul; vio Hadulas Madrinas protegiendo a los espíritus mas jóvenes que podamos conocer; divisó a pequeñas tangueras con voces líricas, explotando su poemario de juventud a la eternidad; vio a dulces acompañantes terapéuticas perfumadas de jazmines convenciendo a los locos que el amor les pertenece y que de ellos es la verdad; vio a estoicos caballeros de la Tierra cabalgando en sus lapices corceles a través de las hojas; había dos guías con faroles, que guardaban en su alma los planos para atravesar el tiempo y adentrar a los demás en el cielo de los libros; y me vio a mi, allí también, caminando particularmente cabizbajo, pero sin pausa, mamando de toda esta turma de luces, oyendo al amor mendigar la hospitalidad del corazón.
Así y todo, el sueñero nos admira, respeta la velocidad de nuestro tiempo.
Sabe, por sobre todas las cosas, que hermosearse es todo un arte.
Y no desconfía de ello.

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