"¿Por qué existe el miedo?"
Le preguntó una versión distorsionada de la voz de su hija, mientras saltaba un charquito con cuidado de no ensuciarse las botas.
En su cabeza un eco retumbó asustando a todos los que ahí vivían: "¿xistelmiedoiedoedo?"
Una tortuga se escondió en su caparazón y tembló. De su lomo se cayeron seis vagos que acampaban junto a un fuego y ensayaban la melodía que desde hace años, en secreto, dentro de un pedazo de lata, volaba por el espacio -¡Pero pará! ¿No era que en el vacío no se transmite la música?- .
Los ojitos todavía la miraban, meciendo los segundos, esperando una respuesta. Y esa canción que seguía volando en la aureola de un ángel ¿aterrizaría algún día en otro planeta? ¿Llegaría a tocarse en los antros del under de otras formas de vida?
Todo eso se repreguntaban ella, y sus músicos, y su tortuga. Y los ojitos que miraban tras la máscara antigas nada sabían aún de eso, ni de que en otro rincón de la galaxia otra niña esquivando un charco descubriría un disco, un disco dorado con una música jamás escuchada, y sentiría de golpe mucho miedo al entender lo infinito que es el universo, y un alivio muy grande por no estar tan sola.
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